domingo, 28 de febrero de 2010

No hay nadie como tú

Nadie con unos cachetes más grandes, con el pelo más liso, con la boquita más estripada. Nadie que me tenga tantas horas mirando fotos en el computador. Belleza, hermosurita, ojalá cuando nos conozcamos ya sepas quien soy y no te sorprenda descubrir que esa imagen detrás de la pantalla tiene tres dimensiones. Ojalá cuando me conozcas sepas que me pasé horas contemplándote, aunque estuviera al otro lado del continente, y que te presté mi seudónimo preferido para que tuvieras el mejor de los nombres. Te quiero. Mua.

viernes, 26 de febrero de 2010

1, 2, 3,..., 365

Un año. Mucho, mucho bife de chorizo, empanadas argentinas, pizza y milanesas. Buenos viajes, buses baratos, combo extranjero, fiestas, bailes y fotos.

sábado, 20 de febrero de 2010

Demora

El subte decide por mí cada vez que se demora. Es difícil contar con él. Cuando quiere se porta muy bien, juiciosito, y no necesito más de diez o veinte minutos para ir a donde quiero. Pero si no... Qué será lo que piensa, que le pasa por el motor, cuando ve a todos esos pasajeros esperándolo, con sus caras de tragedia y listos para empacarse en sus vagones como sardinas, porque él se levantó tarde, porque se quedó dormido, porque a sus pistones se les quedaron pegadas las cobijas. Y el conductor ahí, cumplido como siempre, sentado en su cabina miniatura donde no puede ni estirar las piernas. Y los pasajeros ahí, compactados en los vagones, respirando el aire ajeno y tratando de ignorar la presión del codo del vecino o la sensación húmeda del brazo sudado de la señora del lado; tratando de sacar el celular para avisar que van tarde para el trabajo, de mantener el equilibrio para no estripar al pasajero del fondo o de abrir campo para que la señora gorda pueda bajarse donde necesita. Que aventura, que tragedia, que maldición montar en subte a las 8:30 de la mañana.

jueves, 18 de febrero de 2010

Sin luz

Así es la vida sin luz. Así. Así no más. De pocas palabras. De pocas imágenes. De poco ruido. Por las mañanas, bañarse a oscuras y desayunar pan con mantequilla derretida, frente a la pantalla negra del televisor apagado. Por las noches sentarse en la mesa de afuera (o en la de adentro) alrededor de un vela o una lámpara de aceite y escuchar la radio (mientras queden baterias) o contar historias. Y quejarnos. Quejarnos de que no se puede mercar porque no hay nevera, de que no se puede cocinar porque no se ve nada, de que la cocina huele cada vez peor y el charco crece con el agua del congelador. Quejarnos si hace calor porque el ventilador no funciona y si hace frío porque no podemos ver una película debajo de las cobijas. Preocuparnos por no saber nada del mundo: si el subte funciona, si la familia está bien, si hay novedades en el trabajo o si alguna amiga compró un Land Rover porque está planeando un largo viaje al norte. Así es la vida sin luz. Así. Así no más.

lunes, 15 de febrero de 2010

Tres años

Va a ser el tigre el que marque el inicio de este nuevo año juntos. El tigre, para que no tengamos miedo de nada, ni siquiera de perdernos en esta jungla de cemento, en esta ciudad de calles sin final, de atardeceres detrás de los árboles. Un gong chino marca el comienzo del día y un cordero hindú, cerrará la noche. Durante el día, besos y abrazos de nuestros che boludos y un brasileñísimo olor a ajo y cebolla en la cocina. Feliz año, feliz aniversario, feliz día y un lengüetazo de perrito faldero.

jueves, 4 de febrero de 2010

Navegando

Me pasé dos días navegando por las calles de Buenos Aires, bajo mi diminuto paraguas. Cuando el viento soplaba fuerte, lo usaba como vela, mientras me deslizaba, con mis chanclas de caucho, sobre las baldosas con que algún arquitecto, que poco o nada sabía de la vida, decidió cubrir los andenes de esta ciudad. Chorreando agua desembarcaba en el trabajo, para unas horas después volver a embarcarme en una nueva aventura que me llevaría a mi casa, donde la gotera del techo ya había inundado la sala. Entonces a nadar hasta la cocina para servirse un vaso de agua. ¡De agua! Como si no fuera suficiente con tanta lluvia. Y es que en esta ciudad, el calor no le teme a nada, ni siquiera a las tormentas, y por eso, los que vivimos en ella, nos la pasamos sudando bajo la lluvia.