lunes, 19 de abril de 2010

Tinto

Yo nunca fui muy fanática del tinto (café negro), pero un buen capuchino de vez en cuando o un granizado de café para la sed siempre me tentaron. Pero acá sí que no se puede tomar tinto (café), sólo tinto (vino), porque el tinto (café) es una cosa amarga, muy amarga, con un desagradable sabor a quemado como fondo por el que a uno tienen el descaro de cobrarle, mínimo, $2000, colombianos.
O si no está el capuchino, por la módica suma de $6500, mínimo; un café negro, muy negro, amargo, muy amargo y con el mismo sabor a quemado en el fondo, que te traen en un pocillo alto y estilizado, pero transparente (eso de tomar café en vaso de vidrio no termina de convencerme), y que tiene encima una espuma blanca de leche que debería disimular el terrible sabor del café, pero que no lo logra. Quizás esta receta del capuchino sea más original que la colombiana (por eso de la migración italiana y qué se sho), o quizás la única diferencia sea el vaso de vidrio y, por supuesto, el sabor del café.
Sea como sea, me quedo con la versión colombiana, del café y de lo que lo acompaña, siempre y en cada lugar, porque ya estoy harta, triste y aburrida de pagar $7500 (colombianos) por un tinto asqueroso (que no fui capaz de terminar), un vasito de agua con gas (que no soporto, igual que nunca soporté la Bretaña) y seis pedacitos de pan quemado que insisten en llamar tostadas, junto a un platico con una mantequillita de las que dan en el avión, que insisten en llamar manteca y que hay que pagar aparte, y al mismo precio que las "tostadas", para poder disimular el sabor quemado de ese pan sin nada.

viernes, 2 de abril de 2010

Tengo terraza

Hoy descubrí mi terraza. Bueno, decir mía es decir demasiado; es una terraza comunitaria. No es nada del otro mundo, es un piso de aislante plateado asquerosamente lleno de pendejadas. Estos porteños son un poco cochinos, o no digamos cochinos, más bien amigos de la acumulación, un poco como el tío zalo. La terraza es grande y, aunque la vista no es muy alentadora (más bien parece un recuento de los escombros de una guerra), se podrían hacer buenos asados ahí. Pero por ahora solo hay asquerosas canecas llenas de líquidos nauseabundos en los que probablemente se crían los mosquitos que me pican cada noche, una parrilla derruída y tres duendes sin manos al borde de perder la cabeza. Bueno, es una terraza asquerosa, con algunos espacios libres de cosas donde no estaría mal sentarse un día de sol (eso sí, trayendo unas sillitas)... nada del otro mundo, pero tengo terraza.

Cielorroto de pena

Todavía no llora el cielo, pero ya frunce el ceño para hacerlo. Ya la cara se le llenó de nubes, el viento sopla frío y el aire está tan denso que me parece casi que las gotas van a condensárseme en el cuerpo. Pero, ¿por qué va a llorar hoy el cielo? ¿Va llorar por él, o porque supo ya que eran todos cuentos? ¿Porque lo engañaron tantos años y supo al fin que las parejas no se quedan pegadas? ¿Va a llorar por costumbre, porque no es viernes santo si no llueve, porque ya lo esperamos, porque a él ya le cuesta no hacerlo? ¿O va llorar aquí por las Malvinas, porque ya no son de ellos, porque no importa cuanto le cambien los colores en los mapas, las perdieron? ¿Es un cielo distinto el que llora acá al sur o allá en el norte? ¿Llora el cielo en la India o en la China? ¿Por qué, por qué llora el cielo?
Llora, tal vez, para que yo llore con él acá en mi encierro de viernes transformado en domingo, de novio trabajando, de amigas no sé donde, de museos cerrados y de cielo con el ceño fruncido.

jueves, 1 de abril de 2010

Visitas virtuales

El lunes te visité todo el día. Te vi dormir, te vi llorar, te vi comer, vi cómo te bañaban, te vi reirte, te vi hacer gimnasia y hasta te escuché intentando hablar. Mientras tanto te vi mirarme, mirarme detenidamente, sorprendida, concentrada, sin poder pensar en nada más; ni en la canción que cataba Cata, ni en el agua que te corría por el cuello, ni en la leche que te esperaba en el tetero. Pero yo era una pantalla con cara y me pregunto si entendiste que era yo, que yo también te veía, que yo al otro lado me moría de las ganas de cargarte, de abrazarte, de darte picos en los enormes cachetes. Soy para ti una cara en una pantalla y ¿hasta cuando? Es lo que más me pregunto: ¿qué cara vas a poner el día en que te des cuenta de que yo, la "tía Anita", debajo de esa cabeza, tengo un cuerpo?