jueves, 28 de enero de 2010

Me derrito

Son las diez de la noche y las gotas todavía me corren por la frente como si fueran las diez de la mañana. Se respira agua. El aire es una cosa inexistente, ahogada en la humedad de esta ciudad pesada, densa, en la que el subte, sin aire acondicionado, se traga a los transeúntes y le devuelve a la calle, como un eructo, un vaho de aire caliente. Cada mañana camino sobre las baldosas sueltas de los andenes de Buenos Aires, salpicándome del agua estancada ahí por meses. Baño de renacuajo o de mosquito, agua turbia que me salta asquerosamente hasta detrás de las rodillas ,sin regalarme siquiera un instante de alivio frente al calor. Al terminar el día, el subte me escupe, como a una pepa de uva, a diez cuadras de mi casa y ¡todavía me falta caminar! Acá estoy ahora, en la casa, sudando mi cuerpo frente al ventilador que trabaja desesperado, sin que su esfuerzo sirva de nada, mientras los dos escuchamos, desalentados, como el noticiero anuncia la alerta naranja por la ola de calor. Nada de actividades al aire libre, hay que evitar los golpes de calor. Al aire libre, dicen. Y yo pienso en el aire prisionero de las cuatros paredes entre las que doy clase por horas. ¿Quién decreta la alerta por golpes de cansancio?

sábado, 23 de enero de 2010

Mosquitos

Mosquitos chupasangre me persiguen todo el día como ultralivianos de guerra descargando en mí sus misiles venenosos. Las uñas se vuelven locas arañando la piel, queriendo darme alivio. Me rasco encarnisada, pero no ayuda. Me rasco sutilmente, pero es peor. Me lleno la piel de crucecitas, una por cada roncha, pero la piquiña no desaparece. Quiero darme un baño, un baño en alcohol. Quiero que me crezca unna telaraña en el cuerpo, que me salgan ojos extra para verlos siempre, que me crezcan otras manos para estriparlos a todos. Mosquitos, malditos mosquitos que me vuelven ¡LOCA!

miércoles, 20 de enero de 2010

Lo que es el cansancio

No me acuerdo qué día es hoy y qué era lo que tenía que hacer o si tenía que hacer algo. Me duelen los pies y la cabeza de tanto caminar buscando ideas. Ideas para hacer hablar a mis alumnos un idioma que no hablan. Ideas para hacerles entender lo que yo aún no enseño. Me duelen los ojos también. Me duelen de tanto leerles las caras. A veces mientras hablan, me pierdo en unas pupilas y se me olvida lo que han dicho. A veces cuando se callan, me enredo en algunos dedos, y se me olvida que me escuchan (o que esperan escucharme). Les hablo en español aunque no entiendan (un día van a entender, ¿no?). Les hablo en inglés aunque no entiendan (un día voy a aprender, ¿no?). Quisiera hablarles en griego, en alemán, en mandarín... bueno, no tanto, pero si quisiera, a veces, hablarles en italiano, y me emociono cuando alguno se confunde y se le escapa un latte o un mangiare. Me entristece verlos fruncir el ceño, me desvela verlos bostezar y me alegra cuando se ríen, aunque sea de ellos mismos. Me extraña que se rían tan poco de mí. No sé si lo hacen por prudentes o porque son un público exigente. De verdad estoy cansada, pero ya sé que mañana voy a levantarme. Estoy muerta, pero sé que voy a emocionarme como una abuela con cada palabra nueva de mis alumnos.

domingo, 17 de enero de 2010

La Plata

Las nubes de ayer, casi nos hacen quedar en la cama, pero alguna extraña fuerza nos movió a salir de la casa aun debajo de una sombrilla. La lluvia nos siguió hasta el bus y se detuvo cuando bajamos. Contra el cielo gris, posaron para nosotros las tétricas estatuas de las plazas y un sol espléndoroso nos recibió a la salida del museo de historia natural. A la catedral, llegamos empegotados por el helado que se nos había derretido entre las manos, y ya sudando, nos subimos al bus, depués de una agotadora caminata hasta la terminal. Que buen paseo.

martes, 12 de enero de 2010

Vendaval

Y de repente, todo el aire contenido en ese mundo en suspenso, se desató en un gran suspiro. Las matas se doblaron hasta el suelo, la sombrilla se cerró de golpe y la piscina de plástico se llenó de olas. En la calle, se quebraron las ramas de los árboles y se fueron al piso las carpas de los kioscos. Y ese hondo suspiro con el que se desinfló el mundo, salió frío, helado, congelando en el acto el sudor que aún bajaba por las paredes. En la mañana, los noticieros hablaron de los muertos, los accidentes y los destrozos. Al medio día, la ciudad había vuelto a la normalidad: los caminantes, con la cara roja, cruzaban la calle para seguir la sombra, mientras un sudor colectivo llenaba los subtes, vaporizándose en olas de calor que escapaban por las bocas de las estaciones.

lunes, 11 de enero de 2010

Calor

Acá estoy con este calor de ciudad, quitándome toda la ropa que puedo, pero hasta la piel me estorba. Estoy acá, bañándome tres veces por día, con este calor húmedo que hace sudar hasta a las paredes. La calle es un un desierto húmedo, una selva sin árboles; la casa es un infierno con terraza, donde nada se mueve. Cada diez segundos me llega un leve viento desde el ventilador; está al máximo, pero pesa tanto el aire, que la sensación de frescura no dura más de dos segundos. Miro hacia el patio, donde la mesa blanca descansa, con sus tres sillas vacías y la sombrilla abierta contra un sol que ya no le llega. Al lado, las matas están tan petrificadas, que parecen de plástico. La casa entera es un mundo en suspenso, desde la una está igual, como si hubiera tomado aire y ahora aguantara la respiración a la espera de algo. Afuera, los sonidos de la ciudad continuan: los carros, el martillo de la construcción, el tren... Adentro, sólo se escuchan las cosas que yo enciendo: el ventilador, el teclado... Solo yo puedo traer el movimiento a este mundo en suspenso. Pero estoy cansada; vencida por el calor, aplastada por el peso del aire, me dejo caer en la cama. Ahora sólo se escuchan mis ronquidos y tras ellos, el ventilador luchando contra la quietud del aire.

domingo, 10 de enero de 2010

Colombianos

Me gustan los colombianos, porque se parecen a mí. Cantan las mismas canciones que yo canto, bailan, las mismas canciones que yo bailo y conversan con la misma emoción. Comen arroz atollado y suspiran por la aguapanela con limón, y, como yo, extrañan los paseos a finca, con sancocho al aire libre, música y piscina (o quebrada).

Bicicleta

A vuelta de rueda salimos ayer a andar por la ciudad.Un parque, otro parque, un carro, otro carro, un camión parqueado y un morro de arena justo sobre la bicisenda, frutas de verano a la sombra de un árbol y un sol resplandeciente acompañado de un buen calor húmedo que nos siguió toda la ruta.

viernes, 8 de enero de 2010

La ciudad y nosotros

Ayer jugamos a arrastrarnos uno al otro por las calles de la ciudad. ¡Qué bonita que se pone está ciudad con nosotros dos afuera! A mí me dolían los pies tanto, que creí que me iban a estallar, pero igual no quería que la tarde se acabara. La foto sobre el puente, quedó bonita, como siempre. Una más para nuestra colección de postales que tal vez no hagamos.
Hoy me siguen doliendo los pies y tengo un poco de sueño, así y todo me dejaría empujar un ratico afuera de la puerta. Pero tú no quieres, a ti te gusta más la casa, la hamaca, la siesta y hasta las noticias. Yo también podría echarme como perro viejo y leer un poco, pero creo que me parezco más a esos perritos falderos que no paran de mover la cola y brincar esperando a que los saquen.

miércoles, 6 de enero de 2010

Se atrazaron los reyes

Por aquí no llegaron, no hoy por lo menos. Claro que no he buscado en los zapatos, pero tengo el muy claro presentimiento de que me olvidaron. No lo habían hecho antes, nunca.
De pronto si los espero otro poquito, si dejo las zapatos cerca a la puerta, si duermo con los ojos bien cerrados...
Tal vez.

De acá para allá

Alguien me está esperando en cada esquina para mandarme a otro lado: de Villa Crespo a Once, de Once a Microcentro, de Microcentro a Belgrano, de Belgrano a San Telmo y de ahí... quién sabe a dónde...
Pero yo me bamboleo como muñeco de feria, me retuerzo como serpente con cólico, me desplazo ágil como saltamontes. Y al final, por supuesto, estoy mareada como cliente de ciudad de hierro.
Lo bueno es que siempre, a pesar del mareo, siempre, después del mareo, queda algún rastro, algún indicio de camino, alguna especie de seña sin dirección exacta, pero suficiente para ponerme de nuevo en movimiento.

domingo, 3 de enero de 2010

Costanera sur

Volvieron los díás de verano. Cielo azul, cero nubes y treinta y un grados centigrados. En la costanera sur, se reunen las familias para descansar junto al río que alguna vez pasó por ahí y que ahora está a unos cuantos metros escondido detrás de la espesa capa de árboles que llaman Reserva Natural. Al pie de la baranda, queda todavía un poco de agua lodosa estancada entre los juncos: escepcional criadero de mosquitos y basurero favorito de los visitantes.
Así, las familias toman el sol, sobre sus sillas plegables, ocupando los espacios vacíos entre una parrilla y otra, comen su choripán, toman Fanta y celebran con helado, mientras los niños en traje de baño, usan sus baldes y palas para construir castillos de arena imaginarios.
Al fondo del paseo, toca una ruidosa banda y más allá crece un parque lleno de agapantos y rosas, donde una madre grita a sus ineptos hijos para que recuperen algo que ha perdido entre las espinas.
En este punto del paseo, los mosquitos se despiertan, las piernas empiezan a cansarse y el sol se va escondiendo. Damos la vuelta, deshacemos los pasos y volvemos a casa.