lunes, 11 de enero de 2010

Calor

Acá estoy con este calor de ciudad, quitándome toda la ropa que puedo, pero hasta la piel me estorba. Estoy acá, bañándome tres veces por día, con este calor húmedo que hace sudar hasta a las paredes. La calle es un un desierto húmedo, una selva sin árboles; la casa es un infierno con terraza, donde nada se mueve. Cada diez segundos me llega un leve viento desde el ventilador; está al máximo, pero pesa tanto el aire, que la sensación de frescura no dura más de dos segundos. Miro hacia el patio, donde la mesa blanca descansa, con sus tres sillas vacías y la sombrilla abierta contra un sol que ya no le llega. Al lado, las matas están tan petrificadas, que parecen de plástico. La casa entera es un mundo en suspenso, desde la una está igual, como si hubiera tomado aire y ahora aguantara la respiración a la espera de algo. Afuera, los sonidos de la ciudad continuan: los carros, el martillo de la construcción, el tren... Adentro, sólo se escuchan las cosas que yo enciendo: el ventilador, el teclado... Solo yo puedo traer el movimiento a este mundo en suspenso. Pero estoy cansada; vencida por el calor, aplastada por el peso del aire, me dejo caer en la cama. Ahora sólo se escuchan mis ronquidos y tras ellos, el ventilador luchando contra la quietud del aire.

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