martes, 12 de enero de 2010

Vendaval

Y de repente, todo el aire contenido en ese mundo en suspenso, se desató en un gran suspiro. Las matas se doblaron hasta el suelo, la sombrilla se cerró de golpe y la piscina de plástico se llenó de olas. En la calle, se quebraron las ramas de los árboles y se fueron al piso las carpas de los kioscos. Y ese hondo suspiro con el que se desinfló el mundo, salió frío, helado, congelando en el acto el sudor que aún bajaba por las paredes. En la mañana, los noticieros hablaron de los muertos, los accidentes y los destrozos. Al medio día, la ciudad había vuelto a la normalidad: los caminantes, con la cara roja, cruzaban la calle para seguir la sombra, mientras un sudor colectivo llenaba los subtes, vaporizándose en olas de calor que escapaban por las bocas de las estaciones.

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