jueves, 18 de febrero de 2010

Sin luz

Así es la vida sin luz. Así. Así no más. De pocas palabras. De pocas imágenes. De poco ruido. Por las mañanas, bañarse a oscuras y desayunar pan con mantequilla derretida, frente a la pantalla negra del televisor apagado. Por las noches sentarse en la mesa de afuera (o en la de adentro) alrededor de un vela o una lámpara de aceite y escuchar la radio (mientras queden baterias) o contar historias. Y quejarnos. Quejarnos de que no se puede mercar porque no hay nevera, de que no se puede cocinar porque no se ve nada, de que la cocina huele cada vez peor y el charco crece con el agua del congelador. Quejarnos si hace calor porque el ventilador no funciona y si hace frío porque no podemos ver una película debajo de las cobijas. Preocuparnos por no saber nada del mundo: si el subte funciona, si la familia está bien, si hay novedades en el trabajo o si alguna amiga compró un Land Rover porque está planeando un largo viaje al norte. Así es la vida sin luz. Así. Así no más.

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