Croac, croac, croas desde la hamaca
y tus ojos de sapo asustado
me miran con insistencia antes de volver al libro.
Te beso y al darme vuelta,
me parece escucharte susurrando: princesa...
¿Te habré convertido en príncipe?
Entonces croac, croac, croas
y mi temor desaparece.
Sigues siendo el mismo sapo de siempre.
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